No sé si en manos de Dios. No sé si en las plegarias de mis padres que ya están cerca de él. Seguro en las de esa amiga que nunca me dejó y de quien toca alejarse porque la tengo agotada.
Ya lo he hecho. Ya no pago a nadie para que me ayude. “Nunca debieras de pagarla”. Y te digo una cosa: llevo viva 2 años por ella y por una gatita. Y lloro sólo por dejarlas a las dos y a Mel.
Tú siempre segura y casi siempre desconocedora de mucho, como por ejemplo cómo la sanidad pública (que es para mi de las mejores) NO ayuda con sesiones de psicología a quien tiene un grave problema.
En tu mundo de “yo no lloro” no creo que quepa entender que hay gente que apostaba por mi. Lamentablemente no me valían como mi sangre. ¡Imbecil de mi!
Apostaban porque yo, enferma desde los 17-18 años (lamentablemte y tan con derechos como el diabético o fibromialgico) y superviviente de algo difícil de sobrellevar uno mismo y menos de ser entendido por los de su alrededor, saldría victoriosa de sentirse estafada por ti.
Sí. Podría disfrazar este escrito, podría suavizarlo por la posibilidad de que lo lea una de las dos mejores cosas que has hecho en tu vida. Pero ni puedo (porque estoy molida) ni quiero, ni te lo mereces.
Confié en ti. Confié en quien me abrazaba diciéndo cuánto me admiraba, cuánto me quería y que “nunca vuelvas a callar tanto dolor. Dan igual bodas, bautizos o fiestas… la familia está para todo”
Sería la tuya hermana… porque conmigo, que NUNCA tuve necesidad de tirar demasiado de ti por nuestra diferencia de edad y además por lo pronto que te fuiste de casa, ni estuviste a la altura cuando dejé que me convencieras de cómo hacer ciertas cosas ni has ejercido de hermana mayor.
Luego la bola se hizo enorme. Claro que la fastidié en alguna ocasión, no soy Teresa de Calcuta. Estoy muy muy cansada y sobre todo estoy deseando que esto se acabe.
Te va a tocar rezar y no por mi, porque puede que por una vez no encuentres fácilmente paz cuando toque fondo esta situación.